IMPACTO SOCIAL

¿Estoy perdiendo la cabeza? No, pero el mundo sí

“¿Por qué toda persona que conocemos tiene la sensación de estar volviéndose loca?”. Esa fue la primera pregunta que se nos ocurrió formularle. María Caso, una joven activista, y yo estábamos nerviosos por lo que estaba en juego. La situación no era para menos. Traíamos los datos de la encuesta El Futuro es Ahora, patrocinada por la Universidad y Business School ESIC, en la que los más de 13.500 jóvenes encuestados le lanzaban una petición demoledora: “No vendáis nuestra salud mental a las farmacéuticas”. De eso iba a tratar nuestra conversación con la ministra de Sanidad, Carolina Darias.

España es uno de los países europeos con mayores trastornos mentales entre la juventud. Conforme a la ONG Save The Children, el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte entre ellos. No es que sean casos anecdóticos en los institutos, es que la situación empieza a ser preocupante y los profesores están desbordados. Si a eso le agregas que la cantidad de psicólogos de la cobertura sanitaria es tres veces inferior a la media europea, tenemos frente a nosotros una emergencia nacional. Una emergencia, en este caso, silenciada con pastillas de todos los colores.

A tenor de María, tal como comentó instantes antes de nuestra charla con la ministra, aquellas eran las drogas de su generación. La marihuana o el éxtasis habían definido a las generaciones anteriores, pero los antidepresivos y ansiolíticos representaban ahora a la suya. Drogas para la supervivencia, y no para el disfrute o el conocimiento. Muchos de sus amigos, tristemente, estaban enganchados. Al no poder pagar los 75 euros de media por consulta de un psicólogo en la privada, dado que las listas de espera en la pública son de meses, no les quedaban más opciones que aquella, la más barata. Aunque estuviesen pensando en desengancharse (quizás en verano, con el buen tiempo), pero no pudiesen.

La medicalización de la salud mental es uno de los debates del momento. Todo el mundo tiene una opinión al respecto, ya que todos sufrimos de alguna forma u otra sus efectos. En un lado de la discusión están los jóvenes y sus reivindicaciones. Asqueados de sus dependencias farmacológicas, muchos de ellos demandan ahora el acompañamiento de un profesional que les escuche y que les guíe. Por el otro, los “pragmáticos”. Alegan que los psicofármacos tienen el mismo impacto que la terapia psicológica, además de que son bastante más baratos. ¿El precio que le ponen a nuestra salud mental? Los dos euros y medio que cuesta la caja de Ansium. Incluidos todos sus efectos secundarios.

Según la psiquiatría moderna, la enfermedad mental reside en el órgano de un kilo y medio al que llamamos cerebro. Esa es la casa oficial de la locura. Si la enfermedad, como toda otra dolencia, es física, arguyen, toda curación deberá también serlo. Causa y efecto. Elegante. La psiquiatría nos propondría entonces la visión de la mente humana como si fuese el motor a reparar de un coche estropeado. Un par de apaños y listo. Pero no sólo somos cerebro, dicen otros científicos o pensadores. Somos mucho, mucho más.

Mira también – PlayGround publica una macroencuesta sobre las mayores preocupaciones de la juventud española: El futuro es ahora

En la microbiota de nuestro intestino, pongamos por caso, tenemos más células bacterianas provenientes de afuera, de nuestro entorno, que células nacidas de dentro de nuestros cuerpos. Por lo tanto, no somos individuos estancos. Formamos parte de una red biológica invisible más amplia de lo imaginado. Asimismo, conforme a la última investigación médica, nuestro intestino dispone de tantas neuronas que podríamos llamarlo el segundo cerebro. Una mala digestión, pues, afectaría a nuestras emociones al igual que el desequilibrio de serotonina tras el traumatismo craneal de un accidente automovilístico. Más que un motor, nuestras mentes serían como las raíces de los árboles. Una urdimbre húmeda que, secretamente, se entremezcla y se confunde bajo el subsuelo del bosque.

Pero… ¿dónde termina esta inmensa red de causas y efectos?

La enfermedad mental no residiría en el cerebro. La locura se extiende al mundo entero.

Hace un año fui a visitar a una amiga a su casa, a la que llamaré “Cristina” por cuestiones de privacidad. Durante el confinamiento pasó por un grave trastorno mental, por lo que acabó en la sala de urgencias del Hospital del Mar de Barcelona. Creía que se moría. ¿Las causas de sus ataques de pánico? Los médicos fueron tajantes: tenía un desequilibrio químico en su cabeza. Un cocktail de ansiolíticos, antidepresivos y antipsicóticos, consumido durante las tres comidas del día (desayuno, comida y cena), aseguraría atemperar sus síntomas.

Los médicos estuvieron en lo cierto, pero no alcanzaron a curarla. Aquella medicación le salvó la vida, que ya es mucho. Sin embargo, tan sólo lograron drogarla lo suficiente como para que se olvidase momentáneamente de sus problemas. Después lo dejó y se puso a escribir. Tras unos meses de autoanálisis, dado que no podía pagarse un psicólogo, nació en lo más íntimo de la conciencia de Cristina una idea que desde entonces no le abandonó: ella no estaba loca. Pero el mundo sí.

La falta de empleo (casi el 40% de los jóvenes está desempleado) o la ecoansiedad, el trastorno psicológico fruto del miedo al cambio climático, son algunas de las estructuras sociales, climáticas, micro y macrobióticas, que están procurando que, tal como le dijimos a la ministra de Sanidad, todos tengamos la terrible sensación de estar perdiendo la cabeza. Siendo así, la enfermedad mental no residiría en el cerebro, si bien se extendería al mundo entero. A la inflación económica, naturalmente; al incremento de las temperaturas; a la propagación de las noticias falsas y los discursos de odio; a las…

En el museo del Prado hay un cuadro de El Bosco que apenas destaca frente a las aglomeraciones de turistas en El jardín de las delicias. No obstante, muy pocos saben que en el corazón La extracción de la piedra de la locura se halla un secreto. En la pintura, si uno se fijase, podría ver cómo un psiquiatra de la época extrae un pequeño objeto de la cabeza de un paciente. Era el año 1.475 y se creía que extrayendo aquella piedra se podía erradicar la locura para siempre. Aunque si uno prestase aún más atención, descubriría que “la piedra de la locura” del cuadro es otra cosa. Un tulipán. La locura, a la luz del maestro neerlandés, sería un tulipán blanco.

El Bosco dio con la clave. Al pretender extraer y erradicar la enfermedad mental lo que estaríamos haciendo es destruir aquello que nos hace únicos. O mejor aún: lo que nos conecta con ese afuera. Lo mismo que aprendió Cristina. Se dio cuenta, sorprendentemente, de que sus ataques de pánico se suavizaban en virtud del activismo climático. Empujada por sus convicciones, se había unido hacía poco a Extinction Rebellion. Su profundo miedo al devenir de la humanidad, con sus guerras, pandemias o catástrofes naturales, le había permitido empatizar con la esencia de los problemas de nuestra especie. Y por lo tanto actuar. Aprendió la lección. Para curarnos a nosotros mismos, primero hay que curar al mundo. Gracias, claro está, a aquella flor dentro de su cabeza. Una flor vibrante que ahora se ramificaba en todas direcciones.

Todas las repuestas a las preguntas del texto están en el podcast basado en la encuesta ‘El futuro es ahora’, que quiere dar voz a la juventud de este país. 

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Publicado por
Berta Gomez

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