IMPACTO SOCIAL

Robert Maudsley, Hannibal Lecter en la vida real, lleva 43 años encerrado en una celda subterránea

Maudsley ingresó en prisión en 1974 por el asesinato de John Farrell, de 30 años. En 1979, mientras cumplía cadena perpetua por este delito, mató a tres personas en la cárcel. De ahí que las autoridades británicas decidieran tomar medidas severas y diseñar una celda especial para él. Es uno de los más de 60 delincuentes británicos que nunca será liberado.

Su historia fue la que inspiró la película El silencio de los corderos, que relata la vida de Hannibal Lecter, uno de los asesinos más perturbadores del cine. Además de por la forma en la que mataba a sus víctimas, usaba sus propios miedos o debilidades en su contra. Lo realmente perturbador es que parecía disfrutar matando y podía esconder todo eso detrás de una fachada elegante e intelectual.

La celda de cristal, similar a la de Lecter en la película, tiene solo 5,5 metros de largo por 4,5 metros de ancho, con unas enormes ventanas a prueba de balas desde la que los oficiales lo vigilan las 23 horas que vive allí encerrado. Sólo puede salir una hora al día al patio para hacer ejercicio, donde no se le permite tener contacto con otros reclusos.

Desde hace 43 años, el único mobiliario que hay en su celda son una mesa y una silla, ambas hechas de cartón comprimido. El inodoro y el lavabo están fijados fuertemente al suelo y la cama es una piedra de hormigón. La jaula está rodeada de gruesos paneles acrílicos transparentes y tiene una pequeña abertura en la parte inferior por donde le traen la comida.

 

La vida de un asesino

Maudsley nació en Toxteth, cerca de Liverpool. Venía de una familia de doce hijos, que sufrían abusos físicos por parte de sus padres. Pasó la mayoría de sus años en un orfanato religioso en Liverpool. Cuando cumplió los ocho años volvió con sus padres; y el abuso y sufrimiento se volvió regular. Su madre era adicta a la cocaína y su padre tenía problemas con el alcohol. Durante años, su padre los sometió a abusos físicos.

“Nuestros padres nos llevaron a casa y éramos sometidos a abusos casi todos los días. Casi siempre nos daban una paliza y nos enviaban a nuestra habitación”, explicó en una ocasión y dijo que “lo que más recuerdo de esos momentos eran las palizas. Una vez estuve encerrado en mi habitación por seis meses. Mi padre sólo abría la puerta para golpearme. Creo que lo hacía entre cuatro y seis veces por día. Una vez rompió un rifle de aire comprimido en mi espalda”.

Finalmente les retiraron la custodia a los hijos. Con 16 años Maudsley fue trasladado a una casa de acogida de Londres, donde empezó a consumir drogas. A finales de los años 60, Maudsley era un adolescente que se ganaba el pan como chico de alquiler para mantener su drogadicción.

Finalmente, se vio forzado a buscar ayuda psiquiátrica después de intentar suicidarse en varias ocaciones. Durante sus sesiones con los médicos, Maudsley aseguraba que oía voces en su cabeza diciéndole que matase a sus padres. Llego a decir que «si hubieran matado a mis padres en 1970, ninguna de esas personas hubiera muerto».

Además aseguró haber sido violado en su niñez, parte del abuso que le ha dejado secuelas psicológicas.

 

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Hannibal el Caníbal

Su primer crimen y el único que cometió fuera de prisión fue a los 21 años. Un pedófilo llamado John Farrel contactó con él para mantener relaciones sexuales. En su encuentro, Farrel le mostró unas fotografías de niños de los que había abusado. Eso le provocó una ira extrema a Maudsley y lo acabó estrangulando de forma muy violenta. Durante el juicio fue condenado a cadena perpetua y los médicos forenses recomendaron que nunca fuera liberado por sus terribles problemas psicológicos.

Fue enviado al hospital psiquiátrico de alta seguridad de Broadmoor para cumplir su condena. Allí fue un preso “modelo” hasta 1977, cuando él y su compañero de prisión David Cheeseman acabaron con David Francis, condenado por pedofilia. Lo torturaron hasta la muerte durante nueve horas.

Tras aquel asesinato, trasladaron a Maudsleya a la prisión HMP Wakefield, donde acabó con la vida de dos presos más: Salney Darwood, que cumplía cadena perpetua por el homicidio involuntario de su esposa Blanche; y William Roberts, que cumplía 7 años por agresión sexual a una niña de siete años. Al segundo lo mató clavándole una cuchara afilada en la oreja y en el cerebro.

Cuando los funcionarios del centro llegaron, dijeron que se había comido el cerebro de su víctima. Aunque nunca llegó a que ocurre de verdad, a partir de ese momento, Maudsley sería conocido como “Hannibal, el caníbal”. Cuando Maudsley estuvo seguro de que Roberts había muerto, se acercó tranquilamente a un guardia de la prisión y le dijo que esa noche habría dos menos para cenar y que los próximos asesinatos no tardarían en llegar.

Con ese historial, el personal de la prisión se dio cuenta de que Maudsley era demasiado peligroso para seguir en contacto con el resto de los prisioneros. Así que decidieron construir una celda especial para proteger al resto de los hombres encerrados ahí. Tardaron unos años en construir una celda adecuada: en 1983 la celda de dos unidades estaba lista para recibir a su nuevo inquilino.

 

Una petición de muerte

Su historia la recoge el nuevo documental de Channel 5: Evil Behind Bars. Allí habla el sobrino de Robert Maudsley. Un hombre llamado Gavin que describe a su tío como un hombre sencillo, culto, con una voz bonita. Nada más lejos de la realidad.

En el año 2000, el prisionero pidió que lo dejaran morir. Escribió una carta. Allí preguntaba cuál era el sentido de seguir viviendo para estar 23 horas al día encerrado. Además así Reino Unido podría dejar de pagar la manutención de un hombre que no quería seguir viviendo. Por si no se le concedía su primera petición, solicitó permiso para jugar a juegos de mesa con los guardias o un tener un periquito para tenerlo como mascota y prometió no hacerle nada. También pidió una televisión y cintas de música para ver lo que pasaba fuera y educarse a sí mismo.

Sus peticiones jamás fueron escuchadas: Maudsley sigue aislado del mundo en su celda de vidrio.

No se rindió. En 2003 escribió de nuevo lo que sentía después de tanto tiempo encerrado. “Las autoridades de la prisión me ven como un problema, y su solución ha sido ponerme en confinamiento solitario y tirar la llave, enterrarme vivo en un ataúd de concreto. No les importa si estoy enojado o mal. No saben la respuesta y no les importa siempre y cuando me mantengan fuera de la vista y de la mente. Me dejan estancar, vegetar y retroceder; afrontar mi solitario enfrentamiento con personas que tienen ojos pero no ven y que tienen oídos pero no oyen, tienen bocas pero no hablan. Mi vida en solitario es un largo período de depresión ininterrumpida».

 

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Carlota Benet

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