La llamada “depresión post concierto” no es un diagnóstico oficial, pero sí es un término que cada vez más personas usan para describir el bajón emocional que llega después de un show.
Según los psicólogos, se trata de un choque químico natural. Durante un concierto, el cuerpo libera una avalancha de serotonina, dopamina y oxitocina —las hormonas asociadas al placer, la conexión y la felicidad—. Pero cuando el evento termina, los niveles de esos neurotransmisores caen bruscamente, y ahí es cuando aparece ese vacío que muchos sienten al volver a la rutina.
El cerebro se acostumbra a una intensidad que la vida cotidiana no puede igualar. Después del clímax emocional, el sistema nervioso entra en un estado de fatiga y descompensación, como si intentara aterrizar tras un vuelo demasiado alto.
Pero no todo se explica por la química. Los conciertos también son rituales colectivos, espacios donde compartimos emociones, canto y energía con miles de personas al mismo tiempo. Esa sensación de comunidad tiene un impacto directo en el bienestar subjetivo, según varios estudios. Por eso, cuando todo termina y el silencio de casa reemplaza el ruido del estadio, el contraste se siente brutal.
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La buena noticia: hay formas de suavizar el bajón. Hacer alguna actividad después del show, ver videos del concierto, hablar del momento con amigos o incluso repasar el setlist al día siguiente ayuda a procesar la experiencia.
Al final, ese vacío no es tristeza gratuita. Es la prueba de que lo vivido fue tan intenso que cuerpo y mente necesitan tiempo para procesarlo. Porque lo que hace que un concierto valga la pena no es solo lo que pasa sobre el escenario, sino lo que nos queda cuando termina.
Y tú ¿Cuántas veces ha sentido esa depresión post concierto?


