Hay proyectos que no se explican desde la técnica, sino desde la memoria. Guillaume y Jonathan Alric —primos, cómplices, The Blaze— pertenecen a esa rara estirpe de artistas cuya obra parece diseñada para quedarse flotando en la cabeza mucho después de que la música se detiene. No es casualidad que muchos recuerden exactamente you vieron por primera vez uno de sus videos: el momento, la persona al lado, la sensación. The Blaze no se descubre: se vive.
Hay proyectos que no se explican desde la técnica, sino desde la memoria. Guillaume y Jonathan Alric —primos, cómplices, The Blaze— pertenecen a esa rara estirpe de artistas cuya obra parece diseñada para quedarse flotando en la cabeza mucho después de que la música se detiene. No es casualidad que muchos recuerden exactamente you vieron por primera vez uno de sus videos: el momento, la persona al lado, la sensación. The Blaze no se descubre: se vive.
Antes de ser un dúo, eran familia. Antes de compartir escenarios globales, compartían silencios, referencias, imágenes. “Nos conocíamos antes de la música, claro, porque somos primos”, explican. “Pero realmente nos encontramos a través de la música y los videos”. Esa mezcla —mitad amistad, mitad hermandad— se convirtió en el núcleo emocional de un proyecto que, desde el inicio, entendió la electrónica como un vehículo narrativo más que como un fin en sí mismo.
A más de una década de ese primer encuentro creativo, The Blaze siguen operando bajo la misma lógica: menos artificio, más instinto.
México como territorio emocional
En 2025, el dúo francés volvió a México para presentarse en formato live durante la edición 2025 del Festival Trópico en Acapulco. No era la primera vez —ya habían pasado este año por Cercle Odyssey — pero sí una de las más significativas. Su show en ODC confirmó algo que ellos mismos ya intuían: México no es una parada más en la gira, es un lugar donde la música se recibe con el cuerpo entero.
“Cada vez que venimos aquí tenemos un momento muy especial con la gente”, dicen. “Es un público con mucha energía: bailan, lloran, se conectan. Empezamos a sentir que México es un poco como casa”.
Esa conexión se hizo todavía más evidente en un show diseñado bajo condiciones poco comunes para la era actual: rodeados por el público, pantallas envolventes y —quizá lo más radical— sin teléfonos móviles. La dirección artística, desarrollada en colaboración con el colectivo visual Circles, transformó el concierto en una experiencia inmersiva total.
“No había celulares, y eso lo cambió todo”, recuerdan. “La gente estaba realmente ahí: escuchando, bailando, conectada. Fue más auténtico”. No se trata de culpar al público, aclaran, sino de imaginar otras formas de habitar el presente. “Entendemos que la gente quiere un recuerdo, un souvenir. Ojalá encontremos una forma de hacerlo sin perder el momento”.

Menos pantalla, más pista de baile
El directo de The Blaze siempre ha generado curiosidad: ¿qué está pasando exactamente sobre el escenario? La respuesta decepcionaría a quienes buscan complejidad técnica extrema. Su set-up es deliberadamente sencillo: samples que se abren y se cierran, efectos dosificados, voces al frente. Un instrumento diseñado especialmente para ellos —configurado botón por botón según sus necesidades— y algunos efectos analógicos completan el cuadro.
“Decidimos ser más puros, más simples”, explican. “Para ser más instintivos”.
Esa decisión no es estética: es ética. En un mundo obsesionado con la sobreproducción, The Blaze apuestan por la fricción humana, por el error posible, por el temblor que solo aparece cuando la música está viva.

FOLK: capturar lo irrepetible
Esa filosofía encuentra su forma definitiva en FOLK, su primer álbum en vivo, grabado en el Royal Albert Hall de Londres y anunciado para el 25 de julio de 2025 a través de Animal63. Con 18 tracks, el disco no funciona como un “greatest hits”, sino como un organismo en movimiento: una fotografía emocional de lo que The Blaze se han convertido después de años de girar por el mundo.
El lugar no fue una elección casual. “Es un espacio histórico”, dicen. “Ahí tocaron científicos, músicos increíbles. Sentíamos que era el lugar correcto para hacerlo”. Más que un escenario, el Royal Albert Hall opera como un testigo: un recinto que amplifica la carga simbólica de cada nota.
FOLK llega al final de un ciclo. Tras tres años de gira con el mismo show, registrar ese momento se volvió una necesidad casi biográfica. “Queríamos guardar la memoria de esta etapa”, explican. “Sentimos que era el momento adecuado”.
Temas como CLASH, PLACES o RISE se transforman en vivo, estirando sus estructuras y dejando que la emoción del público modifique su forma. Incluso canciones como SIREN o MADLY —ya disponibles— funcionan menos como tracks cerrados y más como estados compartidos.
Como Dancehall o Jungle, FOLK vuelve a escapar de la categoría de “electrónica”. Es música que habla de comunidad, de pertenencia, de cuerpos sincronizados por algo invisible. Es The Blaze mirando hacia afuera, reconociendo que su historia ya no les pertenece solo a ellos, sino a todos los que han encontrado refugio en sus canciones.
En un tiempo donde casi todo parece diseñado para ser consumido y olvidado, The Blaze siguen insistiendo en lo contrario: que la música todavía puede ser un lugar donde quedarse.


